El armario del Feliciano

Que la casa, nuestra casa del pueblo, la de mis abuelos, tiene mucha personalidad, está bastante claro. No tanto por su gran calidad, sino más bien por su humildad constructiva y toda la historia que esconde, la vida que aloja y ha alojado con el paso de los años. Somos familia de romáticos/as con lo rural, con nuestro pueblo, nuestra familia, y re-habitar esta casa está siendo tarea minuciosa. Que si recuperar una antigua sombrerera como percha para las escalerillas (otro día tocará hablar de ellas… pero qué bonicas y únicas y mágicas son), que si unos contraventanos rancios y viejos son ahora decoración del pasillo, que si la antigua conejera es el espacio ideal para una clase de yoga y relajación, que si mueve este espejo aquí y este armario allá.

No sé cómo lo harán los grandes estudios de interiorismo para decidir qué objetos adornan las casas, pero este trabajo es mucho más que mover objetos de aquí para allá. Hay que pensar, imaginar, limpiar, restaurar, reubicar y, además, utilizar. Porque no hay belleza sin utilidad, al menos, en el nivel habitacional en el que estamos trabajando en esta casa. La virtud de este minimalismo restaurador radica precisamente en el aprovechamiento de objetos e historias.

Y en eso estamos, viviendo la casa. Una de las novedades de este verano es que el armario del Feliciano ha vuelto a ser un armario, con sus baldas y su espacio de almacenaje. El Feliciano era el bisabuelo de mi amigo Eduardo. El abuelo del Feliso, nuestro vecino cuesta-arriba. Preguntando a las grandes promotoras y hacedoras de este proyecto de re-habitación (mi madre y mi tía Ana), una se podía esperar una historia mucho más grandilocuente, como aquella del celemín lleno de oro, pero cualquier historia en torno a un armario y un tal Feliciano, guarda tintes de novela negra. Y aunque la escritora de mi hermana le ponga aires literarios a cualquier historia, aquí nos hemos quedado con las ganas. El Feliciano tenía una pescadería, que según las malas lenguas ha condicionado las eternas y continuas humedades de los muros de La Tienda (algún día recorreremos todas las estancias con alma de este humilde morada…). Cualquiera que visite Cervera del Río Alhama, podrá alabar su ubicación, su vega, su porte, sus gentes, su entorno, pero jamás sus húmedos bosques. Será, imagino, que las humedades que no se ven en el entorno, circulan subterráneamente, así que no sabemos el origen a ciencia cierta, pero esos muros de tierra y yeso, lloran más de lo que deberían, no sé si por el agua de la pescadería o la subterránea…

Y en la medianera con la casa del Feliciano en el que fuera el cuarto de las muchachas, hay un armario. Un armario pequeño y de poco fondo. Se limpió, se lijó y ahí ha estado todo este tiempo, hasta que este verano se ha vestido por dentro. Es pequeño y bonito. Tiene dos puertas, una arriba y otra abajo. Y, además, tiene historia, cosa que pocos armarios podrían decir.

5 comentarios en “El armario del Feliciano

  1. Luisinazio dijo:

    Muy bien… Y también, sin salir de esa habitación, las escaleras que no llevan a ningún sitio merecen una entradilla como mínimo.

    • mfigols dijo:

      Dale tiempo a la pluma, que lleva retraso y no tiene mucha continuidad, pero las escalerillas son objeto de mucha reflexión y explicación… 😉

  2. Cruci dijo:

    Maria me encanta lo que cuentas de la casa y del armario del Feliciano.
    Esa habitación tiene muchos recuerdos para nosotras, siempre ha sido la habitación de las chicas.

    • mfigols dijo:

      Gracias, Cruci! El cuarto de las muchachas es único y especial. Tiene un armario con historia, una alcoba y unas escaleras que ni van ni vienen, pero que son parte de la esencia… Es una casa llena de magia 🙂

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