Espacios no edificados

La #baubiologie toca muchos palos (nada más y nada menos que lo que se resume en las 25 reglas de la bioconstrucción), pero me parece especialmente interesante destacar este mes de primavera que no llega (o que viene y va constantemente) lo que nos aportan los espacios no edificados. Hablamos mucho de casas, de entornos de trabajo, de espacios interiores, pero ¿les damos la importancia que se merecen a esos espacios exteriores – semiexteriores que tanta vida nos dan?

En el módulo 19 del máster hemos tratado este pasado mes de abril los espacios no edificados como tal, entendiendo que son espacios sin apenas construcciones, parte del sistema urbanizado, imprescindibles para el funcionamiento del ecosistema y aprovechamiento de los recursos naturales – regulación del aire, barreras acústicas o preservación de ciclos de agua.

Aunque lo que a mí aquí me trae hoy es en realidad darle una importancia más personal, la que aporta bienestar emocional, por tener unas buenas vistas, un espacio armoniosos donde la vegetación delimita y diluye la geometría tosca de sus paredes. O la que integra el barrio con la plaza, con la privacidad del espacio propio. Y lo hago desde dos planteamientos, el emocional-familiar-bioclimático: la fresca; y desde el más técnico, el de la integración de la vegetación en distintos climas y espacios visitados.

Si traigo primero el plano más familiar y emocional, llega la importancia de la fresca como espacio no edificado. Soy de familia grande. De mucho barullo. De largas sobremesas. De pueblo de interior, de casa en mitad de una de las plaza del pueblo otrora centro neurálgico de la vida comercial. Del huerto del abuelo. De las escalerillas. De la fresca. Y entiéndase como tal al acto social de salir al fresco nocturno a la puerta de casa durante las noches estivales para aprovechar la brisa del clima continental que baja la temperatura de las casas, refresca y limpia su aire caliente acumulado con la solana del verano, permite socializar, saludando al paseante nocturno y generar tertulia vecinal. Es un acto social, sí, pero también es un gesto de la bioclimática más ancestral en mi pueblo (bueno, el de mi madre). Sólo se necesita una silla – tradicionalmente se usaban las sillas bajas que las costureras de alpargatas tenían en los portales donde se sentaban a coser suelas, un poco de brisa, y otro poco de compañía. Ni porches. Ni plantas. Ni toldos ni cristaleras – como mucho una cortina o una persiana enrollable de lamas finas de madera – que aportara un poco de privacidad y de protección antimosquitos.

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La lanterna da Diogene, Solara, Italia

La fresca se toma al aire en la puerta de casa. A veces se decora con unas pastas, alguna copica de licor, y los más modernos hasta con gintonics, pero lo importante es que el espacio que ocupa el umbral de la puerta se amplía cuando cae la noche. Debería proclamarse la oda a la fresca, y dejar escrito y recomendado que al menos el metro o metros cuadrados adyacentes a cualquier puerta o portal pertenezcan en usufructo al ocupante de la misma, teniendo pleno derecho para su ocupación nocturna, para invitar al vecino, jalear al paseante y fomentar el bienestar.

Y esta bonita y necesaria tradición en nuestro clima de interior en época veraniega cobra aún más su sentido en climas más tropicales, donde la arquitectura vernácula se funde con el paisaje, donde la transición entre el espacio interior y el exterior es suave y sólo una fina línea los separa. Porque la vida se hace en el espacio exterior. Porque el clima pide vida en la calle. Porque no queda más remedio. Porque se acumula la humedad ambiental y la arquitectura necesita que el aire circule y ventile los espacios. Es decir, que la arquitectura vernácula se centra en bajar la temperatura y reducir la humedad ambiental, para lo que la vegetación y la circulación del aire son recursos básicos. Pero en otros climas, se busca la protección del viento y la generación de microclimas.

Solento, Colombia

Acabo de volver de estar unos días en la llanura padana, la extensa llanura del río Po, en Italia, próximo a las poblaciones de Módena y Bolonia. Los detalles de por qué el aceto balsámico di Modena se hace a fuego lento, otro día, pero sí destacar los altos porches de su arquitectura rural y popular. Esos altos porches, que cogen la planta baja y la primera, que generan ese espacio semiexterior, o más bien, ese espacio exterior protegido del viento, pero no de los rayos del sol. Esos altos porches que nos han permitido, en pleno mes de abril y con temperaturas que no superaban los 18ºC tomar el almuerzo al aire libre.

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La lanterna da Diogene, Solara, Italia

Arquitectura bioclimática al servicio de la gente.

Arquitectura para ser vivida.

Hogares que se habitan.

El paisaje es fuente de energía vital y parte fundamental de la psicología ambiental, que nos permite sentir sus formas y movimientos. Y no nos vale verlo pasar desde la ventanilla del coche, ya que la velocidad del movimiento altera la percepción del paisaje. Por eso somos mucho más conscientes de él cuando vamos caminando o viajamos en bici.

De baños de Ambato al Coca, Ecuador

La bioconstrucción pide a gritos aire libre, nuestra salud también: aire libre saludable. Para pasear. Para jugar. Para movernos y desacartonarnos. Para hacer deporte. Para sentir los rayos del sol en la cara. Se ve que la primavera me ha aflorado aún más las ganas de salir al bosque. Así que reivindiquemos nuestro derecho a la salud en nuestras casas y nuestros entornos no construidos más inmediatos. Y que vivan los parques, las plazas, los porches, las terrazas, los bosques. Que viva la primavera.

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